Julio César Castro nació en Montevideo en 1928.
A partir de 1958 inicia
su labor de comunicador en la radio "El espectador" y colabora en
varios medios de prensa nacionales y extranjeros: "Ya", "Misia
Dura", "Marcha", "El popular", "El dedo",
"Guambia", en Buenos Aires "El Porteño" y
"Crisis".
Su gran éxito es el
personaje de "Don Verídico", con su pulpería "El resorte" y
sus inigualables personajes El Tape Olmedo, la Duvija, Rosadito Verdoso y esa
maestría para el humor absurdo mezclada con una veta profundamente poética que
estrenó a principios de los años 1980 en CX 30 Radio Nacional, minutos antes de
la audición de Germán Araujo.
Como dramaturgo fue autor
de dos espectáculos unipersonales, ambos estrenados por Nidia Telles: "La
última velada" (Teatro Circular, en 1998) y "Gracias por todo".
Fue autor del guion cinematográfico que dirigió Guillermo Casanova sobre el
cuento "El viaje hacia el mar", de Juan José Morosoli, donde también
actuó. Junto a Horacio Buscaglia, protagonizó en los mediodías de la radio 44,
"Los guapos".
"CARNAVAL EN EL RESORTE"
- Carnaval sin papelito, no es carnaval,
murmuró la Duvija mientras picaba un quesito con los agujeros hechos a taladro
para que pareciera gruyere.
En un rincón, un
forastero tomaba su cañita cuando un redepente, de entre las ropas le sonó una
campanilla. El hombre sacó un celular, lo llevó a la oreja, escuchó sin decir
palabra, y después contestó: "Mañana siete y media". En El Resorte
hubo un silencio, hecho a propósito para que se escuchara pasar chiflando un higo
que se le fue a reventar en la frente al telefónico. Mientras el otro se sacaba
las semillas de las pestañas y se colgaba el aparatito del borde de la faja,
Rosadito Verdoso comentó, como bobiando.
- Además de papelito,
haría falta serpentina.
Una sombra con un cartelito
que decía "Nostalgia", se posó en el marco de la ventana. El tape
Olmedo reculó unos pasos.
- ¿Qué está haciendo, don
tape?.
- Retrocediendo en el
tiempo.
El forastero, para borrar
la mala impresión del celular, mandó servir y comentó:
- Lo que se usaba mucho,
antes, eran los asaltos.
- Ahora también.
- Y las caretas.
- Ahora también.
- Y las máscaras sueltas.
- Ahora no tanto. Se
juntan más.
Alguien dijo que una
vuelta había conocido a Menecucho, y que los carnavales le estaban debiendo una
canción, una retirada, algo así. Azulejo Verdoso se apuntó a lo grande.
- Por lo menos un
monumento.
Como la cosa se ponía
linda y los entusiasmos se brotaban, y como era temprano, la Duvija salió
conque lo mejor era organizar un corso para esa misma noche, que pasara por la
puerta del boliche y que para eso había que iluminar.
Rejuntaron cabos de vela,
limpiaron tubos de faroles, y apilaron cardo seco para las fogatas. La Duvija
se encargó de los papelitos. Con diarios viejos y una tijera, los fue
recortando, uno por uno, bien redonditos y del mismo tamaño. Los demás
fabricaban pitos con cañas, que con un agujerito chiflan que son un gusto,
tambores con lata y un palito, y caretas con cáscaras de zapallo. Alguno, con
un corcho quemado, se pintó un antifaz de lo más bonito.
La Duvija se pasó las
horas cortando papelitos, y no conforme con eso, los pintó, uno por uno, de los
más variados colores como ser amarillo y rojo, y también azules.
De noche salieron a
desfilar alrededor del boliche, tocando pitos y tambores. Entre todos, contando
al forastero, eran pocos. De haber sido más, hubiesen dejado alguno sin
desfilar para que los vieran. Y al final, la Duvija tiró los papelitos. Eran
tan pocos, pero tan lindos, que se los quedó mirando hasta que se perdieron con
el viento.
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