Sota de copas


 

SOTA DE COPAS

Mónica Marchesky

No se acordaba si fue en “Mundo de Neón”, “Crepúsculo” o en “Bates” que Alice Nowak lo vio por primera vez. Recordaba levemente ese primer encuentro. Fue el día que vio una lluvia insignificante de meteoritos. Sí, tuvo que ser en Neón —pensó— porque lo había visto en los espejos biselados detrás de las botellas del barman. Esa vez le había enviado una copa por la mesera y brindaron a través de los reflejos. Al marcharse, recordó que había pasado a su lado.

—Gracias por la copa, —le dijo, deslizando una tarjeta entre sus manos.

Se tocaron brevemente y esa piel joven, caliente y atrevida, la colmó de adrenalina. Ella había sonreído con una mueca y lo había dejado ir.

Ahí estaba otra vez, sonriente, saludándola a través de los espejos de Neón. ¿Cómo se llamaba?, ¿Ward?, ¿Weird?, ¿Wolf?, poco importaba, ¿Y la tarjeta?, tampoco importaba. ¿Qué iba a hacer ella?, una veterana, retirada de las fuerzas policiales, ¿con un Adonis como ese? Sonrió pensando alguna situación sexual, encaramada como un buitre sobre esa carne joven.

Pidió otra copa.

—¡Sabueso! —se dijo en voz baja—me decían sabueso.

Esa frase era la desencadenante del recuerdo que no quería olvidar, era el látigo flagelador que una y otra vez sangraba su conciencia.

Ese día había estado bebiendo mucho, celebrando junto a su equipo la requisa más grande de drogas de diseño que había atrapado. La esperaban en la casa, era el cumpleaños de su hijo más chico, cinco años. Toda la familia había colaborado para decorar el patio, habían empezado a llegar los invitados…ella se descuidó, descuidó a su familia. El ataque con drones fue a la hora que ella levantaba la última copa antes de retirarse. El cartel de los pinches asiáticos los tomó por sorpresa. Todos muertos. El llamado a su celular, le cayó justo cuando estaba a mitad de camino. Detuvo el coche, el alcohol no la dejaba razonar, quedó inmóvil, sin respuesta, como un cybor a la que le extraen el chip. Ya no fue la misma, el retiro involuntario le llegó sin que ella se diera cuenta, de eso habían pasado muchos años, pero para ella, había sido ayer.

Levantó la mirada del vaso y lo vio sentado a su lado, sonriendo ¿por qué sonreía? —se preguntó.

—Esta vez la copa te la invito yo, ¿qué estás tomando? —preguntó.

Como no tuvo contestación, le hizo una seña al barman.

—El hombre de azul —dijo ella— y se retiró sin tomar la bebida, sin agradecer, sin saludar.

Hacía tiempo que no combinaba su ropa, tenía todas las aplicaciones desactivadas al respecto. No se fijaba en el calzado, ni en sus abrigos, se colocaba encima lo primero que encontraba tirado. Se había dejado de cortar el cabello que le caía cano sobre los hombros. Ya casi nadie la recordaba, ni ella se reconocía. Había perdido las cuatro horas de trabajo en la biblioteca digital que le habían conseguido, luego del retiro de la fuerza policial. Había perdido su casa y su familia. Solo le quedaba una vieja propiedad heredada de una tía que nunca conoció y una magra paga mensual que le llegaba mes a mes a su tarjeta.

Pasó delante de “Bates” y entró. El lugar estaba más tranquilo que “Mundo de Neón”, las luces no molestaban y los espejos tampoco. Se sentó a la barra, como siempre y el mozo le sirvió lo de siempre.

Vio de reojo, a su lado el traje azul y lo reconoció. Lo miró y fue como si lo viera otra vez por primera vez. Debajo del saco, llevaba una camisa con flores y ahora se había colocado una boina tipo bohemia que le quedaba realmente ridícula. Cerró y abrió los ojos; esa mano levantada, esa ropa extraña y esa boina, se le representó la sota de copas y sonrió. Se dijo para sí que solo le faltaban las botas y la bufanda larga, que casualmente vio enredada en su cuello.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó sin mirarlo.

—Sí —respondió como se llamara, sota de copas—. Te necesito.

Hacía mucho que nadie la necesitaba, que nadie requería de sus servicios, que nadie la buscaba, ni la llamaban para saber cómo estaba. ¿Qué querrá este pinta? —se preguntó.

—No cuido enfermos, no cuido niños, no hago trabajos de jardinería —dijo en un tono monótono.

—Necesito un guardián para mis peces. —Dijo, también Sota, en un tono monótono.

No le entendió, pensó que el alcohol le estaba nublando la entendedera. Quedó por un rato rebobinando si realmente había oído lo que le pareció, pero siguió sin entender.

—Tampoco trabajo con drogas, no hago entregas, no diseño, no vendo software ilegal, no hago copias, no… —Y dejó la frase colgada.

—Ya lo entenderás —fue la respuesta.

Cuando volvió a levantar la vista, el joven se había retirado.

Por suerte, los bares quedaban en la misma cuadrícula de donde vivía, eso le facilitaba el regreso a la casa. Mientras abría la puerta repetía:

—¡Un guardían para sus peces!, ¡Que mierda me quiso decir!, ¡Se está burlando!

Entró a la casa en un exceso de tos y decidió en ese momento, seguirle el juego. Se miró al espejo y se dijo a sí misma: —¡Te juro que se me representó la sota de copas!, ¡No te rías!, ¡Te lo voy a mostrar! Y entró en la red a buscar alguna imagen para cerciorarse. Se encontró con varias del sota de copas, pero una, la del Tarot, la dejó sin aliento. Nunca se había dado cuenta que, desde la copa levantada, salía un pez…

A la noche siguiente, regresó a “Mundo de Neón” y solo pidió un trago, no lo encontró, pasó por “Bates”, solo otro trago y terminó en “Crepúsculo”, tampoco lo encontró. Quería estar sobria, quería entender a ese ser extraño que se vestía extraño. Algo había por fin despertado su curiosidad. Durante tres días repitió la rutina, como una colegiala que esperaba su primera cita. Al cuarto día se dijo:

—Bien, vieja estúpida, se han burlado de ti.

Cuando entró en Neón, estaba decidida a recuperar el tiempo perdido, se emborracharía y se olvidaría de Sota de copas.

Al quinto trago, oyó como el fru-fru de la seda de un traje y eso le trajo a la memoria a sus tías solteras preparándose para ir a un baile, el olor de las enaguas de tul, la textura de esas telas incomparables y desaparecidas. Una mano en el hombro la trajo nuevamente a Neón. Ahí a su lado estaba Sota de copas, con su traje azul de flores rojas, la boina descansaba sobre la barra. ¿Es que nadie más que yo lo ve? —se preguntó— tendré que dejar de beber —se dijo— estoy perdiendo la conexión con la Matriz.

Esta vez no hubo diálogo, lo miró a través de los espejos y le pareció que sus ojos eran de gato y que sus manos tenían membranas. Lo ignoró.

—¿A quién recurres cuando te das cuenta que necesitas un ajuste? —le preguntó al barman– Sota seguía a su lado como un monigote.

–Al mandamás —dijo el muchacho al pasar.

—¿Lo conoces?, ¿sabes dónde lo puedo encontrar?, ¿lo has visto?

—No, no y no —y agregó­— Sabueso, es mejor que te vayas a casa.

Alice Nowak, pensó que no podía pedir un ajuste a algo que no existía. Estaba sola en esto. Sota comenzó a seguirla como una sombra. El último bar al que entraron fue como siempre “Crepúsculo”, ya se apoyaba en él para caminar y al llegar a la casa, le dijo:

—Bien, chico, es hora de despedirse, —sin preámbulos, a la vez que él abría la puerta.

—Te necesito —volvió a decir.

—¡Que te den tus pe-ces por el cu-lo! —arrastrando las frases.

—Ven —le dijo tomándola del brazo, conduciéndola a la parte de atrás de la casa, donde se encontraba un pozo de agua, que nunca había registrado que estaba allí.

Sota retiró la pesada tapa de madera y alumbró hacia abajo.

—¡Esto es de lo que te hablo! —le dijo.

Sabueso se aproximó a la boca y miró, lo que vio fue algo que la llenó de horror. Allá al fondo, se sacudía una masa de peces enormes, con ojos de gato y membranas. Se entrelazaban como víboras en reproducción, subidos unos a otros, chillando.

—Necesito un guardián que los cuide hasta que empiecen a salir —le susurró.

Alice dio un respingo y le vino toda el alma al cuerpo, se le fue el efecto del alcohol en un segundo, cayó hacia atrás, Sota había desaparecido. Se incorporó y volvió a mirar, alumbrando con su celular, y efectivamente seguían allí los peces deformes. Corrió hacia la casa y se encerró. Desde la puerta de la cocina que daba al patio donde se encontraba el pozo, los vio. Salían como torpes pichones ciegos, tropezando con todo. Se golpeó la cabeza con las manos, se metió en la ducha fría hasta que decidió que estaba sobria.

La tapa del pozo seguía abierta, no se animó a ir a ver, en la mañana lo haría. Se tiró en la cama y se durmió. Al despertar, lo primero que hizo fue ir a ver el pozo. No había nada, solo el agua mansa le devolvió una imagen desordenada de sí misma.

—Tengo que dejar de beber —volvió a repetirse en voz alta.

Pero a la noche, volvió a “Mundo de Neón”, todo estaba tranquilo, Sota no estaba, la música había comenzado a sonar, la gente alborotada la trajo a la realidad.

—¡Tranquila!, ya comenzaron a salir —le dijo el barman.









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