La jaula de la tía Enedina_Adela Fernández


 Adela Fernández y Fernández (6 de diciembre de 1942 Ciudad de México, México – † 18 de agosto de 2013 Ciudad de México, México) Fue una escritora y maestra de teatro, hija del cineasta mexicano Emilio "El Indio" Fernández y la cubana Gladys Fernández.

Vivió rodeada de personalidades del mundo artístico, como Diego RiveraDolores del RíoMaría FélixColumba Domínguez, entre otros. Estudió actuación y dramaturgia en el Centro de Capacitación Cinematográfica y en la Universidad Iberoamericana.

Dejó un legado bibliográfico importante compuesto por 14 libros, entre los que destacan cuentos, poesía, antropología e historia mexicana, dos cortometrajes de cine experimental e innumerables obras de teatro. También impartió cursos de teatro y realizó giras como directora. Además, siguió enriqueciendo el mito y la leyenda de su padre.

Gabriel García Márquez calificó su literatura de «seriecísima, tristísima y oscura» e incluyó “La jaula de la Tía Enedina” entre los diez cuentos latinoamericanos que toda persona debería leer.



La jaula da la tía Enedina



Desde que tenía ocho años me mandaban a llevarle la comida a mi tía Enedina, la loca.

Mi madre dice que enloqueció de soledad. Tía Enedina vivía encerrada en el cuarto de

trebejos que está en el patio de atrás. Conforme se acostumbraron a que yo le llevara

los alimentos, nadie volvió a visitarla, ni siquiera me preguntaban cómo seguía. Yo

también le daba de comer a las gallinas y a los marranos. Por éstos sí me preguntaban,

y con sumo interés. Era importante para ellos saber cómo iba la engorda, en cambio, a

nadie le importaba que tía Enedina se consumiera poco a poco. Así eran las cosas, así

fueron siempre, así me hice hombre, en la diaria tarea de llevarle comida a los animales

y a la tía.

Ahora tengo diecinueve años y nada ha cambiado. A la tía nadie la quiere. A mí

tampoco porque soy negro. Mi madre nunca me ha dado un beso y mi padre dice que

no soy su hijo. Goyita, la vieja cocinera, es la única que habla conmigo. Ella me dice

que mi piel es negra porque nací aquel día del eclipse, cuando todo se puso oscuro y

los perros aullaron. Por ella he aprendido a comprender la razón por la que nadie me

quiere. Piensan que al igual que el eclipse, yo le quito la luz a la gente. Es Goyita

también la que cuenta muchas cosas, entre ellas, cómo enloqueció mi tía Enedina.

Dice que estaba a punto de casarse y en la víspera de su boda un hombre sucio

y harapiento tocó a la puerta preguntando por ella. Ese hombre le auguró que su novio

no se presentaría a la iglesia, le dijo que para siempre sería una mujer soltera y que él

compadecido de su futuro le regalaba una enorme jaula dorada para que se consolara

en su vejez cuidando canarios. El hombre se fue sin darle más detalles.

Tal como lo dijo aquel hombre, el novio no se presentó a la iglesia, y mi tía

Enedina enloqueció de soledad. Me cuenta Goyita que así fueron las cosas y deben de

haber sido así. Tía Enedina vive con su jaula y con su sueño: tener un canario. Cuando

voy a verla es lo único que me pide, y en todos estos años, yo no he podido llevarle su

canario. En casa a mi no me dan dinero. El pajarero de la plaza no ha querido

regalarme ninguno, y el día que le robé el suyo a Doña Ruperta por poco me cuesta la

vida. Yo lo tenía escondido en una caja de zapatos, me descubrieron, y a golpes me

obligaron a devolvérselo.

La verdad, a mí me da mucha lástima la tía y como nunca he podido traerle su

canario, hoy decidí darle caricias. Entré al cuarto... Ella, acostumbrada a la oscuridad,

se movía de un lado a otro. Se dio cuenta de que eso para mí era fascinante. Apenas

podía distinguirla, ya subiéndose a los muebles o encaramándose en un montó de

periódicos. Parecía una rata gris metiéndose entre la chatarra. Se subía sobre la jaula

dorada y se mecía. El balanceo era algo más que triste. Parecía una de esas arañas

grandes y zancudas de pancita pequeña y patas largas.

A tientas, entre tumbos y tropezones, comencé a perseguirla. ¡Qué difícil me fue

atraparla! Estaba sucia y apestosa. Su rostro tenía una gran semejanza con la imagen

de la Santa Leprosa de la capilla de San Lázaro; huesuda, cadavérica. No fue fácil

hacerle el amor. Me enredaba en los hilachos de su vestido de organza, pero me las

arreglé bien para estar con ella. Todo esto a cambio de un canario que por más que me

empeñaba, no podía regalarle.

Después de aquello, cada vez que llegaba con sus alimentos, sacaba la mano de

uñas largas y buscaba mi contacto. Llegué a entrar repetidas veces, pero eso comenzó

a fastidiarme. Tía Enedina me lastimaba, me incrustaba sus uñas, me mordía y sus

huesos afilados y puntiagudos se encajaban en mi carne, me dañaba. Así que decidí

mejor darle un canario, costara lo que costara.

Han pasado ya tres meses que no entro al cuarto. Le hablo de mi promesa y ella

ríe como un ratón y pega de saltos. Me pide alpiste. Posiblemente quiere asegurar el

alimento del canario. Todos los días le llevo un poco de alpiste, de ese que compra

Goyita para su jilguero.

Lo del canario parece imposible. No puedo conseguirlo; ya ha pasado más de un

año. Yo no quiero volver a tocarla y le he propuesto para su jaula el jilguero de Goyita.

Ella se ríe como ratón, babea y pega de saltos y mueve negativamente la cabeza. Lo

bueno es que se ha conformado con los puñitos de alpiste que diariamente le llevo.

Porque me sentí demasiado solo resolví entrar al cuarto de la tía Enedina. Desde

aquellos días en que yo le hacía el amor han pasado ya dos años. A tía Enedina la he

notado más calmada, puedo decir que hasta un poco mansa. Pensé que ya no

arañaría. Por eso entré, a causa de mi soledad y el haberla notado apacible.

Ya dentro del cuarto, quise hacerle el amor pero ella se encaramó en la jaula. Yo

la necesitaba y esperé largo rato hasta que me acostumbré a la penumbra y fue cuando

pude ver dentro de la jaula a dos niñitos, escuálidos, esqueléticos, albinos. Tía Enedina

les daba alpiste y los contemplaba tiernamente ahí encaramada sobre la jaula.

Mis hijos flacos y dementes, comían alpiste y trinaban....

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