(De:
¿Puede prestarnos a su marido? y otras comedias de la vida sexual, 1984,
Editorial Sudamericana)
Nació
en Berkhamstead, Inglaterra, en 1904. Publicó su primera novela en 1929, The
man within, cuya trama escenifica el caos de Occidente en los años ’30. La obra
que lo hace famoso, El poder y la gloria, de 1940, está signada por su
conversión al catolicismo. Del mismo modo, El revés de la trama, de 1948, lo
está por su ingreso al espionaje internacional y Nuestro hombre en La Habana,
de 1958, por las luchas revolucionarias. Estas temáticas aparecerán imbricadas
a lo largo de toda su narrativa. Directores conto John Mackenzie y Otto
Preminger han llevado parte de sus textos al cine, y él mismo escribió el guión
de la obra cumbre de Carol Reed: El Tercer Hombre. Entre otras publicaciones
encontramos: A burn out case (1981), Monsignior Quixote (1982) y Conociéndolo
al General Torrijos (1984). Graham Greene falleció en ? Marzo de 1991.
MANO
MUERTA
Graham
Greene
Cuando
Carter cumplió cuarenta y dos años pensó que era maravillosa la paz, la
seguridad de un matrimonio genuino. Y hasta disfrutó de cada detalle de la
ceremonia religiosa, salvo cuando vio a Josephine secarse una lágrima mientras
él atravesaba la iglesia del brazo de Julia. No era asombroso que Josephine
estuviera presente, dada su nueva y franca relación. Carter no tenía secretos
para Julia. Le había hablado de los diez años tormentosos pasados junto a
Josephine, de sus celos desmedidos, de sus oportunos ataques de nervios. “Es
que se sentía insegura”, arguyó Julia, llena de comprensión. Estaba convencida
de que, en poco tiempo, ambos podrían ser amigos de Josephine.
-Lo
dudo, querida.
-¿Por
qué? Siento afecto por cualquiera que te haya querido.
-Fue
un amor bastante cruel.
-Quizá
al final, cuando ella sabía que te perdía. Pero hubo años felices, querido.
-Sí.
Pero
Carter quería olvidar que había querido a cualquier otra mujer antes que a
Julia. A veces, la generosidad de Julia lo dejaba perplejo. Al séptimo día de
su luna de miel, mientras tomaban retsina en un pequeño restaurante de la
playa, cerca de Sunium, tomó por casualidad una carta de Josephine que Ilevaba
en el bolsillo. Había llegado el día anterior y él la había ocultado para no
herir a Julia. Era característico de Josephine eso de no dejarlo en paz,
siquiera durante el breve lapso de la luna de miel. Hasta la letra de Josephine
le resultaba aborrecible: muy clara, pequeña, escrita en tinta negra como su
pelo. Julia era rubia platinada. ¿Cómo había podido pensar alguna vez que ese
pelo negro era hermoso? ¿Cómo había sentido impaciencia por leer cartas
escritas con tinta negra?
-¿Qué
carta es ésa, querido? No sabía que hubiera correspondencia.
-Es
de Josephine. Llegó ayer.
-¿Ni
siquiera la has abierto? -exclamó, sin sombra de reproche.
-No
quiero pensar en ella.
-Pero,
querido, quizá esté enferma.
-¿Josephine?
Oh, no.
-O
desesperada.
-Gana
más con sus dibujos de modas que yo con mis cuentos.
-Querido,
seamos bondadosos. Podemos permitírnoslo. Somos tan felices.
De
modo que Carter abrió la carta. Era cariñosa y Josephine no se quejaba. La leyó
con aversión.
“Querido
Philip: No quise ser una aguafiestas durante la ceremonia, de modo que no tuve
oportunidad de decirte adiós y desear a los dos la mayor felicidad posible.
Julia me pareció terriblemente hermosa y muy, muy joven. Debes cuidar mucho de
ella. Sé que puedes hacerlo muy bien, Philip querido. Cuando la vi, no pude
sino preguntarme por qué te llevó tanto tiempo resolverte a dejarme. Tonto mío…
Es mucho menos doloroso actuar rápidamente.
“No
creo que ahora te interese saber detalles sobre mis actividades, pero por si te
preocupas un poco por mí -sé que tienes la manía de preocuparte-, quiero que
sepas que trabajo muchísimo en una serie para… Adivina. ¡La edición francesa de
Vogue! Me pagan una fortuna en francos, y no tengo un minuto que perder en
pensamientos tristes. Espero que no te importe: he vuelto una vez a nuestro
departamento -lapsus linguae- porque había perdido un apunte. Lo encontré en
nuestro cajón común -nuestro “banco de ideas”, ¿recuerdas?-. Pensé que me había
Ilevado todas mis cosas. Pero ahí estaba, entre las páginas de ese cuento que
empezaste a escribir aquel verano maravilloso y que nunca terminaste, en Napoule.
Pero estoy divagando, y lo único que quería decirte es: Que sean muy felices.
Cariños, Josephine.”
Carter
tendió la carta a Julia y dijo:
-Pudo
ser peor.
-Pero
¿Tú crees que debo leerla?
-Está
dirigida a los dos.
De
nuevo pensó que era maravilloso no guardarse secretos. Había guardado tantos
secretos durante los últimos diez años, inclusive secretos inocentes, por temor
de que fueran mal interpretados, de que provocaran la cólera o el silencio de
Josephine… Ahora no temía nada: hasta se sentía capaz de confiar un secreto
culpable a la comprensión y afinidad de Julia.
-Ha
sido una tontería no mostrarte la carta ayer -dijo-. Nunca volveré a hacer una
cosa semejante.
Procuró
recordar el verso de Spencer: “…puerto después de mares tempestuosos”.
Cuando
Julia terminó de leer Ia carta, dijo:
-Creo
que es una mujer maravillosa. Qué amable de su parte, escribirnos así. ¿Sabes?
Me sentía un poco preocupada por ella, aunque sólo de cuando en cuando, desde
luego… Después de todo, a mí no me gustaría perderte después de diez años.
Después,
mientras regresaban a Atenas en taxi, agregó:
-¿Fuiste
feliz en Napoule?
-Sí,
supongo que lo fui. No recuerdo. No era como esto.
Aunque
sus hombros se rozaban, Carter sintió con las antenas del amor que ella se
alejaba. El sol brillaba en el camino de Atenas, los aguardaba una siesta tibia
y dichosa, pero sin embargo…
-¿Te
pasa algo, querida?
-Nada
importante…Es sólo que…Pienso si algún día dirás de Atenas lo mismo que de
Napoule: “No recuerdo. No era como esto”.
-Qué
tonta deliciosa eres -dijo él, besándola. Después jugaron un rato en el taxi
que los Ilevaba a Atenas, y cuando las calles empezaron a abrirse, ella se
enderezó en su asiento y se peinó.
-Tú
no eres lo que se llama un hombre frío -dijo.
Carter
comprendió que todo andaba bien nuevamente. Si por un instante se había
producido una ligera separación entre ellos, la culpa era de Josephine.
Cuando
se levantaron de la cama para comer, ella dijo:
-Tenemos
que escribir a Josephine.
-¡Oh,
no!
Querido,
te entiendo. Pero nos ha mandado una carta maravillosa.
-Envíale
una postal, entonces.
Resolvieron
hacer eso.
Cuando
regresaron a Londres, los sorprendió el otoño -si no el invierno, porque había
hielo en la lluvia que caía sobre el asfalto y ya habían olvidado qué temprano
se encienden las luces en Inglaterra-. Los anuncios de Gillette, Lucozade y
Smith’s Crisps reemplazaban la vista del Partenón. Los letreros de B O A C
parecían más tristes que de costumbre: “B O A C lo trae a Londres; B O A C lo
devolverá a su hogar”.
-No
bien lleguemos encenderemos todas las estufas eléctricas -dijo Carter- y el
departamento se calentará en seguida.
Pero
cuando abrieron la puerta del departamento, descubrieron que las estufas ya
estaban encendidas. Pequeños resplandores les dieron la bienvenida en la
penumbra, desde el cuarto de estar y el dormitorio.
-Parece
obra de un hada -dijo Julia.
-No
ha sido un hada, precisamente… -dijo Carter, que ya había visto sobre la
chimenea el sobre dirigido a la “Señora de Carter”.
“Querida
Julia (supongo que podré llamarte Julia: siento que tenemos tanto en común,
unidas por el amor al mismo hombre): Hoy ha hecho tanto frío que me preocupó la
idea de que regresaran del sol y el calor a un departamento helado. (Sé lo
helado que puede ser este departamento. Solía resfriarme todos los años, cuando
regresábamos del sur de Francia.) De modo que me he tomado la libertad de
entrar y encender las estufas. Pero para demostrarles que nunca volveré a hacer
algo semejante, he dejado mi llave bajo el felpudo, a la entrada. Eso, por si
resuelven demorarse en Roma o en alguna otra parte. Telefonearé al aeropuerto y
si por algún improbable azar no han regresado volveré y apagaré las estufas
para que no haya peligro (y para economizar: ¡las tarifas son terribles!). Te
deseo una noche tibia en tu nuevo hogar. Cariños de Josephine.
“P.
D. He visto que la lata de café está vacía. He dejado un paquete de Blue
Mountain en la cocina. Es el único café que le gusta a Philip.”
-Bueno…
-dijo Julia riendo-. Piensa en todo.
-Preferiría
que nos dejara en paz -dijo Carter.
-Ahora
estaríamos helados y no tendríamos café para el desayuno.
-Tengo
la sensación de que está al acecho y se aparecerá en cualquier momento. Cuando
te bese, por ejemplo.
Besó
a Julia, mirando la puerta con ojos vigilantes.
-Eres
un poco injusto, querido. Después de todo, ha dejado la llave bajo el felpudo.
-Debe
de conservar un duplicado.
Ella
le cerró la boca con un beso.
-¿Te
has dado cuenta del erotismo que despierta un viaje en avión? —preguntó Carter.
-Sí.
-Debe
de ser la vibración.
-Bueno,
qué esperamos, querido.
-Primero
miraré bajo el felpudo. Quiero asegurarme de que no ha mentido.
Carter
disfrutaba de su matrimonio. Tanto, que se culpaba de no haberse casado antes,
olvidando que en ese caso estaría casado con Josephine. Encontró a Julia, que
no trabajaba, casi milagrosamente disponible. En la casa no había ninguna
criada que les estropeara la relación con sus manías. Como siempre estaban
juntos, en las reuniones, los restaurantes, las comidas de poca gente, sólo
tenían que mirarse en los ojos… Julia adquirió muy pronto la reputación de ser
una mujer delicada, que se cansaba pronto: era frecuente que dejaran una
reunión al cuarto de hora de llegar o abandonaran una comida después del café. “Oh,
querido, lo siento mucho, pero tengo un dolor de cabeza atroz. Philip, quédate,
por favor…” “Desde luego que no me quedaré.”
Una
vez estuvieron a punto de ser descubiertos en la escalera, donde reían sin
poder contenerse. Su huésped los había seguido para pedirles que echaran una
carta en el buzón. En ese instante, Julia debió transformar su risa en lo que
pareció un ataque de nervios… Pasaron varias semanas. Era en verdad un
matrimonio feliz. De cuando en cuando, les complacía discutir sobre ese triunfo,
y cada uno atribuía el principal mérito al otro.
-Cuando
pienso que has podido casarte con Josephine… ¿Por qué no te casaste con ella?
-Supongo
que, en el fondo, pensábamos que la cosa no podía durar.
-¿Durará
lo nuestro?
-Si
no dura, no habrá nada que dure en el mundo.
A
principios de noviembre empezaron a estallar las bombas de tiempo. Sin duda el
plan era que explotaran antes, pero Josephine no había tomado en cuenta el
cambio momentáneo de las costumbres de Carter. Pasaron unas cuantas semanas antes
de que él abriera lo que solían llamar el “banco de ideas” en la época de su
estrecha camaradería: el cajón en que él solía dejar notas para sus relatos,
fragmentos de diálogos oídos al azar y cosas por el estilo, y ella rápidos
apuntes para anuncios de modas.
Carter
abrió el cajón y en seguida vio la carta. Tenía un rótulo: “Súper secreto”,
escrito con tinta negra, y un curioso signo de exclamación en forma de muchacha
con ojos enormes (Josephine padecía de un elegante bocio exoftálmico) que
surgía como un genio de una botella. Leyó la carta con gran disgusto:
“Querido:
No esperabas encontrarme aquí, ¿no es cierto? Pero después de diez años tengo
derecho de decirte de cuando en cuando Buenas noches o Buenos días ¿cómo estás?
Te deseo lo mejor. Muchos cariños (de verdad). Tu Josephine”.
La
amenaza “de cuando en cuando” era inequívoca. Carter cerró el cajón de golpe y
exclamó “¡Maldición!” en voz tan alta que apareció Julia:
-¿Qué
pasa, querido?
-Josephine,
de nuevo.
Julia
leyó la carta y dijo:
-Entiendo
a la pobre… ¿Rompes la carta, querido?
-¿Y
qué quieres que haga? ¿Que la conserve para una edición de sus cartas
completas?
-Parece
un poco cruel…
-¿Crees
que yo soy cruel con ella? Querida, no sabes la vida que hemos llevado en los
últimos años. Puedo mostrarte las cicatrices. Cuando se enfurecía, apagaba los
cigarrillos en cualquier parte…
-Sentía
que estaba perdiéndote, querido, y se desesperaba. Yo tengo la culpa de cada
una de esas cicatrices.
Carter
vio en los ojos de Julia esa suave mirada entre meditabunda y divertida que
siempre llevaba al mismo punto.
Pasaron
sólo dos días antes de que estallara la segunda bomba. Cuando se levantaron,
Julia dijo:
-Tendríamos
que dar vuelta el colchón. Dormimos en una especie de hoyo en el medio.
-No
me había dado cuenta.
-Hay
gente que da vuelta el colchón todas las semanas
-Sí,
Josephine lo hacía siempre.
Quitaron
las sábanas y empezaron a enrollar el colchón. Sobre el elástico había una
carta dirigida a Julia. Carter la vio primero y trató de ocultarla, pero Julia
lo sorprendió.
-¿Qué
es eso?
-Josephine,
desde luego. Pronto tendremos bastantes cartas para formar un volumen. Haremos
que las editen en la universidad de Yale, como las cartas de George Eliot.
-Querido,
está dirigida a mí. ¿Qué pensabas hacer con ella?
-Destruirla
en secreto.
-Pensé
que nunca nos guardaríamos secretos.
-No
contaba con Josephine.
Por
primera vez, Julia vaciló antes de abrir la carta.
-Realmente,
es un poco extravagante dejar la carta aquí… ¿Crees que llegó aquí por
casualidad?
-Me
parece difícil…
Julia
leyó la carta y después se la tendió.
-Oh,
me explica por qué lo hizo -dijo con alivio-. Es bastante natural.
Carter
leyó:
“Querida
Julia: Espero que estés tomando un maravilloso sol griego. No se lo cuentes a
Philip (aunque, desde luego, todavía no tendrán secretos el uno para el otro
…), pero nunca me gustó el sur de Francia. Siempre ese mistral que seca la
piel. Me alegra saber que no estás sufriendo en ese lugar. Siempre planeábamos
irnos a Grecia cuando pudiéramos permitírnoslo, de modo que sé cuán feliz se
sentirá Philip. Hoy he venido a buscar un apunte, y recordé que hace por lo
menos quince días que no hemos dado vuelta el colchón. Estábamos más bien
distraidos las últimas semanas que pasamos juntos, ¿sabes? Pero no soporto la
idea de que regreses de las islas del loto y encuentres gibas en tu colchón, la
primera noche. Lo he dado vuelta para ti. Te aconsejo que lo hagas todas las
semanas: de lo contrario, se formará un hueco en el medio. A propósito: he
colgado las cortinas de invierno y he enviado las de verano a la tintorería, en
el 153 de Brompton Road. Cariños, Josephine”.
-Si
te acuerdas, me escribió que Napoule era maravilloso -dijo Carter-. El editor
de Yale tendrá que aclararlo con una nota.
-Eres
demasiado, frío -dijo Julia-. Querido, ella sólo quiere ser útil. Después de
todo, yo no sabía nada de las cortinas ni… del colchón.
-Supongo
que le contestarás una larga y amistosa carta, llena de consultas hogareñas.
-Debe
de hacer semanas que espera respuesta. Ésta es una carta antigua.
-Me
pregunto cuántas cartas antiguas están a punto de salir a la luz. Dios mío,
revisaré el departamento de arriba abajo. Desde el desván hasta el sótano.
-No
tenemos desván ni sótano.
-Tú
me entiendes.
-Lo
único que entiendo es que tu furia es exagerada. Te portas como si temieras a
Josephine.
-¡Oh,
mierda!
Julia
salió súbitamente del cuarto y él procuró trabajar. Más tarde, ese mismo día,
estalló un cohete. Nada serio, pero no mejoró el estado de ánimo de Carter.
Buscaba el número para enviar un telefonograma y descubrió, metida en el primer
tomo de la guía y mecanografiada en la máquina de escribir de Josephine -en la
cual la O fallaba siempre- una lista completa, en orden alfabéfico, de los
números que él usaba más. John Hughes, su mejor amigo, seguía a Harrods;
figuraban el puesto de taxis más cercano, el carnicero, el farmacéutico, el
banco, la tintorería, la verdulería, la pescadería, su editor y su agente,
Elizabeth Arden y la peluquera, con una nota (J.: puedes confiar en ella; y es
barata). Fue la primera vez que advirtió que ambas tenían la misma inicial.
Julia,
que lo vio encontrar la lista, dijo:
-Qué
mujer angelical. La colgaremos sobre el telófono. Es completa.
-Después
de las chifladuras de la última carta, no me habría sorprendido ver incluido el
número de Cartier.
-No
fue una chifladura, querido. Sólo dijo la verdad. Si yo no hubiera tenido algún
dinero, habríamos ido al sur de Francia.
-Supongo
que crees que me casé contigo para ir a Grecia.
-No
seas ogro. No entiendes a Josephine, eso es todo. Interpretas mal cada
amabilidad suya.
-¿Amabilidad?
-Debe
de ser tu conciencia de culpa.
Después
de eso, Carter empezó a buscar seriamente. Miró en las cigarreras, en los
cajones, revisó todos los bolsillos de los trajes que no usaba, abrió el
aparato de televisión, levantó la rejilla del cuarto de baño, hasta cambió el
rollo de papel higiénico (era más rápido que desenrollarlo). Mientras se
afanaba en el cuarto de baño, Julia lo observó sin su habitual comprensión.
Probó en la caja de las cortinas (¿quién sabe qué descubrirían cuando mandaran
a limpiar las que había ahora?), vació el cesto de la ropa sucia por si no
había examinado bien el fondo. Anduvo a gatas por la cocina para mirar bajo el
horno y al encontrar un pedazo de papel en torno a un tubo, lanzó una
exclamación de triunfo. Pero no era nada: sólo un vestigio del plomero.
Llegó
el correo de la tarde y Julia lo llamó desde el vestíbulo.
-Oh,
Philip, nunca me dijiste que estabas suscripto a Vogue.
-No
lo estoy.
-Ah,
aquí hay una especie de tarjeta de Navidad, en otro sobre. La señorita
Josephine Heckstallones nos ha regalado una suscripción. Me parece muy gentil
de su parte.
-Les
ha vendido una serie de dibujos. No los miraré.
-Querido,
estás portándote como un niño. ¿Acaso crees que ella dejará de leer tus libros?
-Sólo
quiero que me deje en paz contigo. Sólo durante unas semanas. No pido
demasiado.
-Me
pareces un poco egoísta, querido.
Esa
noche Carter se sintió sereno y cansado, aunque con cierto alivio. La búsqueda
había sido minuciosa. En mitad de la comida había recordado los regalos de
boda, todavía encajonados por falta de espacio, e insistió en asegurarse entre
un plato y otro que las tablas estaban bien clavadas: estaba seguro de que
Josephine no habría usado jamás un destornillador por temor de herirse los
dedos y que la horrorizaban los martillos. Al fin descendió sobre ellos la paz
de una noche a solas: la calma deliciosa que, ambos lo sabían, el roce de una
mano podía alterar en cualquier momento. Los amantes no pueden postergar, como
los casados.
-Esta
noche me siento sereno como la vejez -citó Carter.
-¿Quién
escribió eso?
-Browning.
-No
he leído a Browning. Léeme algo suyo.
A
Carter le gustaba leer a Browning en voz alta. Tenía buena voz para los versos
y ése era su inocente narcisismo.
-¿De
veras tienes ganas?
-Sí.
-Solía
léerselo a Josephine -le advirtió.
-¿Qué
me importa? No podemos dejar de hacer algunas de las mismas cosas, ¿no es
cierto, querido?
-Hay
algo que nunca leí a Josephine. Aunque la quería, no me parecía adecuado. Lo
nuestro no era… durable.
Empezó:
How
well I know what I mean to do
When
the long dark autumn-evenings come… ¹
Estaba
profundamente conmovido por su propia lectura. Nunca había querido tanto a
Julia como en ese momento. Ése era su hogar; lo demás no había sido otra cosa
que una caravana.
…I
will speak now,
No
longer watch you as you sit
Reading
by firelight, that great brow
And
the spirit-small hand propping it,
Mutely,
my heart knows how… 2
Carter
hubiese preferido que Julia estuviera leyendo realmente. Pero en ese caso ella
no lo habría escuchado con tan adorable atención.
…If
you join two lifes, there is often a scar.
There
are one and one, with a shadowy third;
One
near one is too far. 3
Volvió
la página y encontró una hoja de papel (la habría encontrado en seguida, antes
de empezar a leer, si hubiera estado en un sobre).
“Querido
Philip: sólo quiero decirte buenas noches entre las páginas de este libro que
es tu favorito… y el mío. Hemos tenido tanta suerte al haber terminado de este
modo… Con recuerdos comunes, siempre estaremos un poco juntos. Cariños,
Josephine.”
Carter
arrojó el libro y el papel al suelo. -¡Perra! -exclamó-. ¡Maldita perra!
-No
te permitiré que hables así de ella -dijo
Julia
con sorprendente firmeza.
Recogió
el papel y lo leyó.
-¿Qué
tiene esto de raro? -preguntó-. ¿Odias los recuerdos? ¿Qué pasará con los
nuestros?
-Pero
¿no te das cuenta de su artimaña? ¿No entiendes? ¿Eres idiota, Julia?
Esa
noche durmieron volviéndose la espalda, sin tocarse siquiera con los pies.
Desde su llegada, fue la primera noche que no hicieron el amor. Ninguno de los
dos durmió demasiado. Por la mañana, Carter encontró una carta en el lugar más
evidente, aunque no había pensado en él: entre las hojas nuevas del insólito
papel de oficio en que escribía sus cuentos. Empezaba:
“Querido:
espero que no te importará si uso el viejo, viejo término…”
Notas
1
Qué bien sé lo que me propongo hacer / cuando lleguen las largas, oscuras
noches de otoño…
2
…Hablaré ahora, / ya no te miraré mientras estés sentada / leyendo a la luz del
fuego, la amplia frente / y las pequeñas manos de hada sosteniéndola, / sin
hablar, mi corazón sabe cómo.
3
…Si unes dos vidas, a menudo hay una cicatriz. / Hay uno junto a otro, con un
vago tercero; / uno junto a otro es demasiado lejos.
Glosario
Artimaña:
trampa.
Aversión:
oposición y repugnancia que se tiene a una persona o cosa.
Bocio:
hipertrofia en la glándula tiroides.
Cólera:
rabia.
Exoftalmia:
síntoma de algunas enfermedades, que consiste en la situación saliente del
globo ocular.
Giba:
joroba.
Lapsus
linguae: tropiezo o error que se comete al hablar.
Mistral:
tipo de viento.
Narcisismo:
amor por uno mismo.
Perplejo:
dudoso, incierto, confuso
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